domingo, 19 de mayo de 2013

La madeja




Abrí la puerta, ahogándome en mí misma, y tomé una bocanada de aire.
Mirando al cielo. Quedaba poco para que anocheciera.
Desde ahí no se veían las estrellas, pero las conocía bien. Podía situarlas. Imaginarlas.
Me dejé caer en una silla sucia, llena de polvo y telarañas, que había en el balcón. ¿Nadie la había usado?
Me dejé caer, agotada por mi propia presencia.
Me dejé caer y tomé aire de nuevo, esta vez inhalando el amargor del humo de un cigarrillo imaginario. 
Exhalé el humo, vaho, lentamente, cerrando los ojos y controlando el temblor.
El frío con el que se asomaba, tímida, la luna, trajo consigo un escalofrío que me recorrió desde la punta de los pies hasta el nacimiento de las orejas. 
El frío de la noche, que había sido testigo de tantas horas de calidez, heló las entrañas de esa madeja de alma de espino enredado que, sentada en la silla de polvo, daba caladas a un cigarrillo de recuerdos.
Una luz se encendió en el edificio de enfrente, se abrió la puerta de la terraza y una silueta se dibujó a contraluz, saliendo, como una exhalación, del interior de la vivienda. Frenó de golpe al llegar a la baranda, los largos tirabuzones, siguiendo la inercia del movimiento, chasquearon en el aire como un látigo para después desparramarse sobre su rostro. Era una imagen cautivadora. Los nudillos, blancos por la fuerza con que se aferraba a la baranda; las lágrimas, precipitándose al vacío; el vaho, humo, rodeando su cuello como una soga. Era la viva imagen de la desesperación. Y, como otra exhalación, tras hacer un brusco movimiento con el brazo, con el que pareció difuminar el rastro de un llanto fugaz, volvió a desaparecer tras las cortinas de la terraza.
Apenas fueron unos segundos, y yo no podía dejar de mirar la suave ondulación de aquellas cortinas, que bailaban al son de la brisa nocturna.

La silla de polvo se rompió, tornando sus astillas en abrojos neuronales; y la triste madeja del cigarro de recuerdos se quedó allí, desmadejada en la noche.

domingo, 6 de mayo de 2012

La búsqueda




Érase una vez una niña silenciosa, perdida en un mundo que demostraba ser menos habitable cada día. No sólo no encontraba lo que buscaba, que no sabía exactamente qué era; no se encontraba a sí misma.
Buscó en los lugares: viajó al extranjero, se sumergió en calas profundas y caminó por bosques, escuchando el silencio. Pero no se encontró.
Buscó en su familia: observó a su padre, acompañó a su madre y escuchó a su abuela. Pero no se encontró.
Buscó en los propios sentimientos: se sentó junto a la paciencia, gritó a la ira, sollozó con la tristeza y rio a carcajadas con la alegría. Pero no se encontró.
Tanta búsqueda la agotaba, cada fracaso era aún más humillante que el anterior. Aquella incertidumbre le causó tal desasosiego que decidió rendirse. Se rindió. Pensó que aplazar su búsqueda era lo mejor; más adelante la retomaría con más ganas y sabiendo más sobre la vida.
Esa niña siguió viviendo, conociendo gente, observando y estudiando, sin olvidar en ningún momento aquella búsqueda, latente en su interior.
Un día conoció a a alguien que, con el tiempo, decidió confiar en ella y contarle su historia. Cuando lo hizo, la niña -ya no tan niña- lo miró de verdad, como si fuera la primera vez.
Le miró a los ojos, aquellos ojos cambiantes, y encontró secretos insondables y verdades como puños. Le miró a los ojos y vio el dolor de un pasado, la frialdad de un presente y la incertidumbre ante el futuro. Le miró a los ojos y vio un mundo que anhelaba conocer.
Para su alegre sorpresa, se le permitió hacerlo. Sin prisas; poco a poco, día a día. Cada vez que se veían, él dejaba a la vista un poquito más de sí mismo para que ella lo recogiera y lo guardara con ternura.
O al menos, así lo pensaba él.
O al menos, así lo veía ella.
En cada viaje a ese mundo desconocido se le revelaba un nuevo callejón, una nueva casita con las ventanas azules... Y allí, en una nueva plaza donde un joven ruiseñor cantaba una vieja canción, la niña encontró la respuesta que tantísimo tiempo había anhelado encontrar; una respuesta que la mitad de las personas no encuentran jamás: ella era alguien en plena elaboración. Cada día se hacía a si misma: escuchaba una nueva melodía, reía ante algo distinto y un nuevo recodo se añadía al camino de su vida. La respuesta no estaba en la meta, sino en el camino. La respuesta era la búsqueda.
La respuesta era la pregunta.

jueves, 16 de febrero de 2012

Libertad encadenada


Levántate y grita.
Grita por la libertad perdida, por la muerte intelectual acuciante.
Grita por la hegemonía ideológica imperante.
Llora por la falsa tolerancia; falsa empatía; falsa comprensión; falsa verdad. Falsedad.
Reivindica la sinceridad social y condena las mentiras piadosas. ¿Piedad? La piedad no existe, ni la clemencia: son productos de la credulidad inocente.
Inocencia, crece. Madura. Ya no eres; ya no estás. Te han arrebatado la esencia.
Desgarra tu garganta por la infancia moribunda; recuerda con iracunda ilusión una sonrisa tierna, una risa cantarina y una pregunta espontánea e ingenua. Ese espejismo es fruto de una realidad irreal, acabada. Esa sonrisa y esa pregunta tonta no volverán.
Tonto, despierta y vuelve a gritar. Abre los ojos y desgañítate por la decadencia de un pasado culturalmente glorioso y la llegada de un futuro plagado de cerebros podridos y sueños rotos.
Grita. Grita si quieres, pensando que habrá alguien escuchando. No eres el primero que lo intenta ni, desde luego, el último; pero grita. Grita, porque si no lo haces, el silencio nos consumirá y, a la hora de la verdad, además de imbéciles estaremos mudos.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Delirios de una noche de verano


Palabras. Palabras y recuerdos que vuelven una y otra vez.
Pesadilla recurrente de frenesí ambicioso.
Ambición avariciosa ante la lejanía de una meta autoimpuesta.
El fin justifica los medios.
Depositar la suela del calzado en el cráneo perdedor para vanagloria apoteósica personal y reír.
Reír hasta llorar. Llorar. Derramar lágrimas dulces hasta que la acidez del sudor salpique el pensamiento.
Pensamiento esforzado en recordar y recuerdos obsesionados con la placidez del olvido.
Olvido. La ausencia de un pasado hiriente, plagado de abrojos neuronales; cerbatanas de dardos envenenados con palabras agrias. El mismo olvido por el que suplicaba Julieta al desear borrar Montesco del nombre de su capricho hormonal de verano.
Olvido que termina por tornar en una soledad despectiva ante una vasta multitud de frivolidades.
Olvido que termina por volver a recordar. Otra vez.
Pesadilla recurrente.

jueves, 3 de marzo de 2011

Érase una vez un nombre


Érase una vez una joven llamada María a la que no le agradaba su nombre porque creía que era demasiado común y le venía pequeño.
Ella creía que con ese nombre, tan poco original, en un futuro nadie la recordaría, así que quiso modificarlo, alterarlo.
Se decidió por Ría, ya que Mari le parecía estéticamente imperfecto.
Sus apellidos tampoco le gustaban: Calvo y González. Uno era objeto de burlas y el otro el segundo apellido más común de su país. Pero resultaba que aquella joven conocía a una mujer que, sin un solo recurso, consiguió sacarse a sí misma y a sus hijos adelante; consiguió salir de un pueblo e integrarse en una gran ciudad, sin olvidar en ningún momento sus raíces. Esa mujer aguantó golpes que venían sin dejarla apenas respirar, pero superó las adversidades y se convirtió en una de esas mujeres a las que nadie olvida, tan importante que tienen asegurado siempre un sitio en el corazón.
Esa mujer se llamaba Filomena Maisanaba Lana. Esa mujer era su abuela. Y por eso y todo lo anterior decidió tomar su apellido como segundo nombre en el pseudómino.

Fdo: Ría Maisanaba

viernes, 24 de diciembre de 2010

Sueña


Tenía siete años y contemplaba el ir y venir de la sociedad con la perspectiva que sólo reside en la inocencia infantil.
Creía en Papá Noel, el Ratoncito Pérez y - ¿por qué no?- también en las hadas y los dragones. Tenía muy claro que algún día viviría en uno de esos grandes y lujosos castillos, con una de esas altas e imponentes torres, custodiada por uno de esos malvados dragones escupefuego. Sabía que uno de esos jóvenes y apuestos príncipes – con un intelecto digno de mención, aunque aparentemente cuestionable- iría en su busca, absolutamente enamorado de ella – aun sin haberla visto antes-, para rescatarla, y ambos partirían hacia ricas tierras lejanas montados en uno de esos blancos corceles - sin siquiera algo de agua en las alforjas-.
También pensaba que en Navidad un espíritu invisible eliminaba los rencores existentes antes de la época entre la familia; que se sentaban a la mesa y que las sonrisas no eran falsas, sino sinceras- a pesar de que habían abjurado unos de los otros en marzo, julio, o noviembre-. Daba por sentado, a su vez, que aquello que se palpaba en el ambiente era el halo de la más absoluta felicidad – y no de las tensiones subyacentes.
-¿Quieres que te lea el futuro?- preguntó un compañero de su clase.
-¡Claro!- contestó, ilusionada. Por fin iba a confirmar sus sueños. Un palacio, una torre, un dragón y un príncipe encantador. Sabía que lo lograría.
-Pues enséñame la palma de la mano- cuando ella lo hizo, el muchacho continuó-. Veo una casa grande -¡Una casa grande! Sus sueños se empezaban a cumplir -, y también… también veo una piscina-¿Una piscina? Bueno, bien podía ser un lago. Mejor, así su príncipe tendría un monstruo más al que vencer-. ¿Quieres verla?
Ella asintió. ¿Qué extraña magia poseería aquel chiquillo?
Entonces el niño escupió en la palma abierta de la niña alejándose corriendo y riendo con los demás.

viernes, 6 de agosto de 2010

Le dijo el lobo al hombre





-¿Por qué ese silencio? ¿Por qué esa solemnidad a la hora de arrebatar la vida?-preguntó el hombre al lobo.
-¿Y por qué gritar tanto cuando puedes hacer uso de la discreción?- preguntó a su vez el lobo, a modo de respuesta.
El hombre calló, pensativo ante aquel dilema. Finalmente habló.
-Porque queremos pensar que somos más fuertes que el enemigo. Y necesitamos una respuesta. Un gemido, un sollozo, otro grito. Un insulto. Lo que sea, con tal de saber que piensan que podemos hacerles frente con creces.
>>En cambio, tú aúllas a la luna. ¿Te ha contestado alguna vez, lico? - añadió, con una sonrisa burlona.
El lobo se irguió, enseñando los dientes. Amenazador.
-Yo amo a la luna.
-¿Y por qué amar a alguien que jamás te corresponderá?- preguntó el hombre.
Ahora fue el lobo quien rio.
-Porque la búsqueda de afecto y la lucha por amor son la razón de la existencia del alma mortal.