domingo, 6 de mayo de 2012

La búsqueda




Érase una vez una niña silenciosa, perdida en un mundo que demostraba ser menos habitable cada día. No sólo no encontraba lo que buscaba, que no sabía exactamente qué era; no se encontraba a sí misma.
Buscó en los lugares: viajó al extranjero, se sumergió en calas profundas y caminó por bosques, escuchando el silencio. Pero no se encontró.
Buscó en su familia: observó a su padre, acompañó a su madre y escuchó a su abuela. Pero no se encontró.
Buscó en los propios sentimientos: se sentó junto a la paciencia, gritó a la ira, sollozó con la tristeza y rio a carcajadas con la alegría. Pero no se encontró.
Tanta búsqueda la agotaba, cada fracaso era aún más humillante que el anterior. Aquella incertidumbre le causó tal desasosiego que decidió rendirse. Se rindió. Pensó que aplazar su búsqueda era lo mejor; más adelante la retomaría con más ganas y sabiendo más sobre la vida.
Esa niña siguió viviendo, conociendo gente, observando y estudiando, sin olvidar en ningún momento aquella búsqueda, latente en su interior.
Un día conoció a a alguien que, con el tiempo, decidió confiar en ella y contarle su historia. Cuando lo hizo, la niña -ya no tan niña- lo miró de verdad, como si fuera la primera vez.
Le miró a los ojos, aquellos ojos cambiantes, y encontró secretos insondables y verdades como puños. Le miró a los ojos y vio el dolor de un pasado, la frialdad de un presente y la incertidumbre ante el futuro. Le miró a los ojos y vio un mundo que anhelaba conocer.
Para su alegre sorpresa, se le permitió hacerlo. Sin prisas; poco a poco, día a día. Cada vez que se veían, él dejaba a la vista un poquito más de sí mismo para que ella lo recogiera y lo guardara con ternura.
O al menos, así lo pensaba él.
O al menos, así lo veía ella.
En cada viaje a ese mundo desconocido se le revelaba un nuevo callejón, una nueva casita con las ventanas azules... Y allí, en una nueva plaza donde un joven ruiseñor cantaba una vieja canción, la niña encontró la respuesta que tantísimo tiempo había anhelado encontrar; una respuesta que la mitad de las personas no encuentran jamás: ella era alguien en plena elaboración. Cada día se hacía a si misma: escuchaba una nueva melodía, reía ante algo distinto y un nuevo recodo se añadía al camino de su vida. La respuesta no estaba en la meta, sino en el camino. La respuesta era la búsqueda.
La respuesta era la pregunta.

3 comentarios:

  1. A veces nos es demasiado difícil darnos cuenta de cuan importante es entender que el camino es aprendizaje, el aprendizaje crecimiento y el crecimiento vida. Gracias por plasmar de forma tan bella este confuso proceso, y no se si es por la música que escuchaba mientras lo leía o por saber que es algo sincero, incluso íntimo, pero desde luego me ha emocionado, y aunque tal vez no sea el relato corto técnicamente mas pulido que has escrito, sin duda te he visto en él como un ser frágil, que no solo acepta y sufre la adversidad sino que está dispuesta a ver la luz al final del túnel. Gracias, nuevamente de un admirador no tan anónimo ;)

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  2. como te habia comentado este texto me recuerda al poema de Machado, mi poeta preferido, cantares. Yo tambien creo que la maravilla del vivir reside en precisamente introducirse de lleno en los procesos y sentirlos, mas que en juzgar si la vida merece o no la pena por los resultados que se alcancen, me gusta mucho como escribes Maria.

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