domingo, 16 de mayo de 2010

Promesas vacías


-¿Por qué me haces esto? No…No te vayas- su voz se desgarra en un sollozo. Y sin embargo te vas. Cierras los ojos, levantas un muro a tu alrededor y te colocas una máscara, pintando una expresión de gélido escepticismo en tu rostro.
-No te vayas, por favor. Sin ti, yo…-su súplica queda ahogada por el ruido sordo de un portazo.
Y dejas su llanto atrás.
Su voz.
Su miedo.
Y comienzas a caminar, te alejas de aquella casa.
Te alejas de de ella.
Tan sólo caminas, un paso hacia delante, y otro más. Cada vez más deprisa, hasta que comienzas a correr. Cada vez más rápido.
Te paras en seco. Miras a tu alrededor. Te encuentras en pleno centro de la ciudad. ¿Cómo has llegado aquí? Exhausto, te apartas un mechón de cabello de la cara. Tus dedos se humedecen.
¿Son lágrimas? No. Está lloviendo. Tú nunca lloras, ¿no? O tal vez sea una mezcla de ambas. Lágrimas y lluvia: curiosa combinación.
La gente, ocupada en que sus conversaciones telefónicas queden bajo sus paraguas, parece completamente aislada de otro mundo que no sea el propio ego. Ajenas a tu desdichada situación.
Y es entonces cuando te das cuenta de lo presente que está el egoísmo en el mundo. De cuán cínica y frívola es la sociedad.
Y es entonces cuando decides volver.
Das media vuelta y, de nuevo, comienzas a caminar. Te alejas de aquellas personas. Te alejas de la hipocresía de las luces que adornan la ciudad.
Cada vez más rápido, hasta que comienzas a correr.
Jadeando por la falta de oxígeno y temblando torpemente, logras introducir la llave en la cerradura. Susurras su nombre, mas no hay respuesta. Lo gritas, y no contesta nadie. Comienzas a buscar. No se puede haber ido… ¿no? Te ha dicho más de una vez que lo eras todo para ella, que no se imaginaba una vida sin ti. Y aunque tu siempre le contestabas lo mismo, ella parecía decirlo con sinceridad. ¿Tan poco te había esperado?
Un detalle te llama la atención. Hay algo tirado en el suelo. Te acercas. Es una bota.
Sientes un escalofrío horrible. Es un mal presentimiento. Porque detrás de la bota se encuentra la otra, y luego las medias, el vestido y la ropa interior. También encuentras la pulsera que le regalaste por el primer aniversario, el reloj, la alianza y los pendientes. ¿Dónde demonios está?
Otro escalofrío. Muchísimo más fuerte que el anterior. Comienzas a correr hacia el cuarto de baño. Ni siquiera enciendes la luz del pasillo. Nada más entrar resbalas, y caes estrepitosamente al suelo. Un olor dulzón y metálico inunda el ambiente.
Resollando, te consigues levantar. Y temblando, aprietas el interruptor.
-¡Maldita sea! ¡¡¡SARAH!!!- sin pensarlo dos veces, te arrojas a la bañera, ignorando el color carmesí que ha adquirido el agua, ignorando la palidez mortal de su cuerpo, la frialdad inhumana de sus manos al rozarla. Los ojos completamente carentes de vida que miran sin mirar.
Sollozando, y maldiciendo tu existencia, comprendes que cuando ella decía que se negaba a vivir sin ti, realmente no mentía. Y comprendes, deseando morir, que cuando tú habías contestado, jamás lo dijiste en serio.